“Parece que cicatriza” es la primera novela de Sanfeliu, autor que tiene en su haber una abundante producción de relatos, agrupados en diversos libros. Está escrita con el mismo estilo que caracteriza sus relatos, es decir, una mezcla de humor negro y dirty realism a lo Bukowski, Carver o Fante, con una doble lectura entre líneas; los personajes tienen un simbolismo con el que el autor reflexiona sobre la propia tarea creadora. El narrador, cuya voz nos suena como la del autor, nos dice que “la literatura es una herida que permanece abierta, sangrando, y, aunque llega un momento en que parece que cicatriza, se trata tan solo de una ilusión, nunca se cierra, quien está herido de literatura nunca llega a curarse”.
¿En qué momento de la vida de Roberto Ponce el futuro pasa
de manifestarse con todas sus posibilidades a mostrarse cada vez menos lejano y
más inamovible?
Roberto dispone de un año para intentar convertir en
realidad su sueño de ser escritor. Conoce a dos personajes que serán como las
dos caras de una misma moneda. Un pintor que malvive con sus obras y que se
niega a dedicarse a ninguna otra cosa y un cantautor que no dudará en
prostituir sus principios a cambio del éxito. También conocerá a una mujer que
casi lo arruinará. Y se emborrachará como todo escritor bohemio que se precie.
¿Qué quedará de aquel Roberto Ponce veinte años después?
“Parece que cicatriza” habla de esos sueños que nos negamos
a abandonar y que, de algún modo, son los que terminan dando sentido a nuestra
existencia.
Miguel Sanfeliu es además autor de los libros: “Anónimos”
(Traspiés, 2009), “Los pequeños placeres” (Paréntesis, 2011) y “Gente que nunca
existió” (E.d.a. libros, 2012). También ha publicado en diversas revistas y
libros colectivos. Gestiona el blog Cierta Distancia.
Es esta la primera novela de Sanfeliu, autor que tiene en su haber una abundante producción de relatos, agrupados en diversos libros. Está escrita con el mismo estilo que caracteriza sus relatos, es decir, una mezcla de humor negro y dirty realism a lo Bukowski, Carver o Fante, con una doble lectura entre líneas; los personajes tienen un simbolismo con el que el autor reflexiona sobre la propia tarea creadora. El narrador, cuya voz nos suena como la del autor, nos dice que “La literatura es una herida que permanece abierta, sangrando, y aunque llega un momento en que parece que cicatriza, (la cursiva es mía), se trata tan solo de una ilusión, nunca se cierra, quien está herido de literatura nunca llega a curarse”. Creo que igualmente podría aplicarse esta afirmación al arte en general, a la creación artística, sea literaria, plástica o musical, si nos atenemos al relato. Efectivamente esta es una historia de heridas sin cicatrizar, acúmulo de frustraciones y empeños artísticos que devendrán en finales catastróficos o en la anodina existencia del superviviente. “Cuando era joven soñaba que la literatura sería como un transatlántico de lujo, pero ahora resulta que no es más que un simple salvavidas.”–dice el narrador, a propósito de Roberto- “Escribe para limpiar la conciencia, escribe porque lo necesita, para no saltar desde la terraza del edificio. A esto se reduce todo: escribir para sobrevivir.” Concebir la creación como algo doliente es una manera de ver las cosas quizá demasiado amarga, aunque hay toda una tradición sobre ello (pienso, en concreto, en las canciones de The healing game, el disco de Van Morrison). La creación puede ser también feliz y satisfactoria. Sin embargo, la idea de la herida siempre abierta es un buen símil, ligada a la idea de permanencia, de eterno deseo nunca cumplido, así como con la idea de curación. El juego curativo, como diría Morrison. Pienso que escribir no es la única terapia: la lectura es otra. La inmersión en la literatura, en la gran literatura, como lector, es tan curativa como la creación, y a veces, más.
ResponderEliminarConjunto de saltos temporales y saltos de la realidad a la ficción, entre Roberto y sus personajes, así como diversos insertos a modo de microrrelatos, la novela tiene dos partes fuertemente diferenciadas, con una corta introducción y un también breve final. Las indecisiones, sueños y deseos frustrados del protagonista, Roberto Ponce, eterno aspirante a escritor, así como los otros personajes: el barman-poeta Eladio, el pintor enloquecido y desesperado, Sebastián Mendoza, y el comercial cantante con aspiraciones Emilio/Sonny, compondrán una trama de desencantos, de supervivencia.
ResponderEliminarEn la primera parte, el protagonista habla en primera persona, contándonos de sus andanzas juveniles en pos de los laureles literarios, lleno de sueños de grandeza y sin un duro. Enamorado de los primeros ojos que le miran sugerentes, sufre y goza entre página y página. Retrata el submundo de los bares, los artistas y la prostitución. El Cubo de la Basura es el bar donde centra sus relaciones sociales. Pero, sobre todo, insiste en el mundo interior de Roberto, en el que se mezcla la realidad con los sueños y con las ficciones que surgen en su mente, mientras lucha con la hoja en blanco de una máquina de escribir.
En la segunda parte, el narrador se coloca en tercera persona, un indefinido punto de vista para seguir contando cómo le ha ido la vida a Roberto, bastantes años después. Los sueños no le han abandonado, pero la invasión del mundo real en forma de trabajo, familia (esposa, hija, parientes) y obligaciones de todo tipo amargan su constante y reincidente tendencia a la literatura. Ahora en vez de la hoja es la pantalla en blanco del ordenador.
La realidad circundante parece especialmente cruel con sus aspiraciones literarias: por más que lo intenta, el pobre Roberto ha de enfrentarse constantemente a sesiones de compras en grandes almacenes, pesadas visitas familiares, irrupciones de su hija Virginia, ya crecidita, y requerimientos de atención por parte de su mujer, Cati, ajena por completo a la obsesiva tendencia literaria de su esposo.
El pasado, asimismo, irrumpe en varias ocasiones en ese mundo cerrado de Roberto: la reaparición de Sonia, la dramática desaparición de Sebastián, el confinamiento de Eladio en una residencia, la carrera disparatada de Sonny…y se mezcla con otras irrupciones más inmediatas: Maite, la compañera de oficina, con la que hay un “quiero y no puedo”, Ramón, cuya ilusión es salir en televisión, otro compañero que se jubila…Y a todo ello se suma la nueva idea de Cati para recomponer la familia, cuando su hija les anuncia su noviazgo.
En realidad, en esta novela no llega a ocurrir nada, quizás ese sea el drama. Parábola llena de simbolismo, es un desfile de seres con ilusiones perdidas, mostrando un panorama desolador, pero con ciertos toques de humor, y tratando a los personajes con mucha indulgencia, con cariño. Todos sueñan pero los sueños, como diría el poeta, sueños son. Sin embargo, si no hubiera sueños, ¿qué sería de nosotros?
El refugio en la creación –tanto en la propia como en la ajena, por medio de la lectura o el visionado de filmes- como modo de supervivencia en una sociedad hostil o al menos, indiferente, ese intento de mostrar que uno está vivo por medio de construir algo propio y personal, (se tenga o no talento para ello) esa es la idea que parece desprenderse del texto, cuando el narrador nos dice: “Quizá sus historias son un refugio, una argucia para tratar de vivir otras experiencias y escapar de la propia, un intento de desdoblarse. Quizá descarga su rabia sobre personajes ficticios, ante la imposibilidad de descargarla sobre los congéneres reales que le rodean”. Quizá haya que dedicarse a la carpintería o a la jardinería, o a cuidar hijos…por poner un ejemplo, ya que cualquier actividad en la que nos sintamos motivados nos ayudará a sobrevivir.
En suma, este es un texto que nos pone un espejo ante los ojos, y nos ayuda a reflexionar mirándonos en él, por medio de unos arquetipos que podrían ser cualquiera de nosotros.
Miguel Sanfeliu ha escrito una novela formidable. Tenía ganas de empezar una reseña con una frase tan taxativa. Parece que cicatriza, como se titula el libro que acaba de publicar Talentura, es una novela breve, de poco menos de cien páginas, pero una gran novela más por lo que deja de contar que por lo que cuenta. Me explico:
ResponderEliminarParece que cicatriza cuenta la historia de un joven, Roberto Ponce, que cierto día, atacado por el malsano virus de la escritura, decide hacerse novelista, abandonarlo todo —en realidad, a esa edad, no tenía nada más que su sueño— y, en contra de la opinión de sus padres que consideran el plan una insensatez, dedicarse durante un año a escribir con todas sus fuerzas, acabar una buena novela y, a partir de ahí… Roberto se instala en una pequeña casa y, en torno a ella y a la vida que lleva mientras rellena las primeras páginas, conoce a una serie de tipos extravagantes, soñadores —o mejor, ilusos— igual que él, tipos de cuya mano descubre la vida, las esperanzas, las decepciones y el amor, aunque sea mercenario. Esta primera parte de la novela está narrada en primera persona: Roberto es el protagonista de su vida y, aunque pronto advierte que el camino de escribir no es, en absoluto fácil, se mantiene de la ilusión, y del asombro continuo, y de la esperanza en que podrá lograrlo. Sin embargo…
El año va pasando, el gran argumento no llega, la novela no avanza... Finalmente, el joven no tiene más remedio que dar la razón a sus padres, conceder que su apuesta ha sido estúpida, que es muy posible que ni siquiera esté capacitado para escribir. «He sido un imbécil», admite; así que se resigna a la derrota y decide acogerse a la vida «normal».
Viene ahora un valle tranquilo y sin sobresaltos de nada menos que veinticinco, quizás treinta años; lo que ha ocurrido en ese lapso no se menciona porque quizás —porque seguro— no hay nada interesante que mencionar. Nos encontramos con Roberto convertido en otra persona hasta para él mismo: la historia se escribe aquí en tercera, como la de cualquiera. «En el televisor…» comienza significativamente esta segunda parte, porque Roberto se ha transformado en un mero espectador de las cosas que les ocurren a otros, e incluso a sí mismo: atrapado en un matrimonio aburrido, en un trabajo monótono…en fin, en lo que la mayoría, parece avergonzarse incluso de haber conocido, allá en su lejanísimos días canallas, a un sujeto que consiguió triunfar…aunque luego sabremos a qué precio —excelente es el retrato de esa estrella del rock patética y casi cincuentona intentando mantenerse rebelde y activa, a cualquier precio, entre una juventud que ya no es la suya—. Tan insignificante se siente Roberto que le vemos, a veces, angustiado por la idea de morir de pronto y extinguirse sin más… —de nuevo, muy lograda escena—. Pese a todo…
Parece que cicatriza, se llama la novela. Pero no acaba de cicatrizar. El protagonista —o, a estas alturas, dejémoslo sólo en personaje, aunque sin ánimo peyorativo— se ha reservado una habitación de su casa como estudio y, ahora delante de un ordenador, trata casi a escondidas, en los descansos de su rutina laboral, de las compras dominicales… de darle un estironcillo a su novela interrumpida, que aun así no avanza. Pero no, no acaba de cicatrizar la herida y cierto día siente unas irreprimibles ganas de volver atrás, a aquel barrio en que se malogró su sueño, donde conoció a aquellos tipos…
Hasta aquí. No voy a desvelar el final, aunque soy de la opinión de que cómo acabe una novela no cuenta tanto como la manera en que se va desarrollando una situación, se nos presentan unos caracteres, se plantea, en este caso, un problema vital.
Miguel Baquero.
El mundo de Miguel Sanfeliu ofrece un espacio sin reglas donde bajo una aparente normalidad se vive una realidad distorsionada, en ocasiones tan asfixiante como angustiosa, y en igual proporción, se mezclan lo fantástico y lo real. En algún momento, puede ocurrir que todo empiece a transformarse y los protagonistas de la literatura de Sanfeliu deban enfrentarse a su propio devenir desde opciones muy diversas, como en algunos de los cuentos de Anónimos (2009), Los pequeños placeres (2011) y Gente que nunca existió (2012), donde sus personajes encaran sus propios miedos porque no existe otra salida, o al juego real de la subsistencia desde ópticas y planos tan diferentes que solo se justifican con actitudes tan reales como si, de hecho, recibieran un fuerte traumatismo. Como señala Sanfeliu, sus cuentos surgen de la necesidad de explicarse en una realidad propia, de manipularla e interpretarla, y es así como deja constancia por escrito, como la mayoría de sus protagonistas, para hablar de una realidad que no le gusta. Melancolía, desengaño y dolor compartido, son algunas de las actitudes que, de alguna manera, suponen en el narrador una visión fragmentada del ser contemporáneo, alejado de una esperanza, de una promesa de felicidad. Cuando Sanfeliu explora la psicología de sus personajes, dirige su atención al comportamiento y a esa reacción que moralmente se supone imperceptible, siempre a la espera de un drama mayor aunque significativamente pase inadvertido en la cotidiana observación. Su visión de lo rutinario pasa por el barrio, las amistades, el fracaso, el éxito, o las pequeñas confidencias sin mayor trascendencia.
ResponderEliminarPedro Martínez Domene
Parece que cicatriza (2014) es la primera novela de Miguel Sanfeliu (Santa Cruz de Tenerife, 1962), cuyo protagonista y la historia misma quedan ligados a un intimismo y al propio anhelo de ligar una vida al mundo literario hasta que ese deslumbre juvenil se trueca en una insoslayable madurez que le aporta al personaje la visión de una trágica melancolía, sobre todo cuando observa cómo ha ido desarrollándose su vida. Tan es así que ese halo de nostalgia se complementa en una segunda, madurada parte que justifica que ese paso del tiempo, y deja su indeleble huella en todas y cada una de las generaciones a que pertenecemos, a esa época vivida, a ese sentimiento de derrota o de victoria, según las circunstancias. Roberto Ponce, a sus diecinueve años, decide llevar a cabo la mayor de sus aspiraciones: escribir en el plazo de un año una novela de éxito, y para ello necesita convivir en un ambiente bohemio, así que sus primeros amigos serán un pintor loco en permanente desacuerdo con su obra, un mal poeta que regenta el garito donde beben, “El Cubo de la Basura”, y un cantante callejero que no duda en saltarse la ética de una honrada vocación musical para triunfar; al hilo de todo, largas veladas de charla, un ambiente sórdido, frustraciones, borracheras, drogas y prostitución, y la inspiración que nunca llega y convierte todo en el final de una quimera obligando al joven Ponce a alejarse de aquel barrio donde quedan sepultadas las esperanzas de una vida de artista para casi todos ellos, salvo para el músico Emilio Ballester, alias Sonny Hog que triunfará en el mundo de la farándula.
ResponderEliminarEn una segunda, calculada y profunda, parte un cuarentón Ponce se enfrenta a la rutina diaria, el atasco de tráfico cuando va camino de la oficina, el limpiacristales del semáforo, dónde aparcar, el trato rutinario y amistoso con los compañeros de trabajo, la mesa con papeles hasta arriba, la monotonía conyugal o el flirteo con su compañera Maite, y su persistente y obstinada dedicación a la literatura en sus ratos libres, porque no ha conseguido ese gran argumento, y escribir sigue siendo su vida, una herida abierta, que a lo largo de la narración se mantiene solo como una ilusión. Y lo más importante, el personaje percibe la constatación de la fugacidad de la vida, los dieciséis años que pasan por su hija, o la complicidad que se establece con el cuadro rescatado del sórdido local, donde ya nada es igual, «El Cubo de la Basura», titulado La Madeleine, de Ramón Casas, porque ese cuadro actúa como un catalizador de ese escritor en que podría llegado a convertirse Roberto Ponce, y nunca antes parece haberse dado cuenta. Sanfeliu ha convertido esta escena fugaz, en algo mágico e íntimo, un cierto minimalismo que le descubre al lector un auténtico juego de presencias y ausencias, la sombra de esa brillante soledad a que se resigna el personaje.
La apuesta de Miguel Sanfeliu en Parece que cicatriza es la firme convicción por alcanzar un sueño, tal vez uno propio en boca de su personaje, motivo más que suficiente como para sobrevivir a cualquier pesadilla que nos aceche.
Pedro Martínez Domene
De vez en cuando, nos permitimos el lujo de acompañarnos de esos autores que nos sorprenden y leemos en nuestro Club, ya esta vez hemos repetido, y en la última sesión, antes de las vacaciones de verano, merecidas por el ritmo que llevamos, tuvimos, por segunda vez a Miguel Sanfeliu (Santa Cruz de Tenerife, 1962), un autor cuyo mundo ofrece un espacio sin reglas donde bajo una aparente normalidad se vive una realidad distorsionada, en ocasiones tan asfixiante como angustiosa, y en igual proporción, se mezclan en sus textos lo fantástico y lo real. En algún momento, puede ocurrir que todo empiece a transformarse y los protagonistas de la literatura de Sanfeliu se enfrenten a su propio devenir desde opciones muy diversas, como en algunos de los cuentos de sus colecciones, Anónimos (2009), Los pequeños placeres (2011) y Gente que nunca existió (2012), donde sus personajes encaran sus propios miedos porque no existe otra salida, o al juego real de la subsistencia desde ópticas y planos tan diferentes que solo se justifican con actitudes tan reales como si, de hecho, recibieran un fuerte traumatismo. Como señala el propio Sanfeliu, sus cuentos surgen de la necesidad de explicarse en una realidad propia, de manipularla e interpretarla, y es así como deja constancia por escrito, como la mayoría de sus protagonistas, para hablar de una realidad que no le gusta. Melancolía, desengaño y dolor compartido, son algunas de las actitudes que, de alguna manera, suponen en el narrador una visión fragmentada del ser contemporáneo, alejado de una esperanza, de una promesa de felicidad.
ResponderEliminarPedro M. Domene
Cuando Sanfeliu explora la psicología de sus personajes, dirige su atención al comportamiento y a esa reacción que moralmente se supone imperceptible, siempre a la espera de un drama mayor aunque significativamente pase inadvertido en la cotidiana observación. Su visión de lo rutinario pasa por el barrio, las amistades, el fracaso, el éxito, o las pequeñas confidencias sin mayor trascendencia.
ResponderEliminarPedro Martínez Domene.
Todo este repaso previo para invitar, a quien no conozca la obra breve del autor, a sumergirse en ella y disfrutar de textos más breves peor no menos intensos. Pero nosotros, al menos eso quedó manifiesto, disfrutamos con su nuevo libro: Parece que cicatriza (2014) su primera novela, cuyo protagonista y la historia misma, quedan ligados a un intimismo y al propio anhelo de ligar una vida al mundo literario hasta que ese deslumbre juvenil se trueca en una insoslayable madurez que le aporta al personaje la visión de una trágica melancolía, sobre todo cuando observa cómo ha ido desarrollándose su vida. Tan es así que ese halo de nostalgia se complementa en una segunda, madurada parte que justifica que ese paso del tiempo, y deja su indeleble huella en todas y cada una de las generaciones a que pertenecemos, a esa época vivida, a ese sentimiento de derrota o de victoria, según las circunstancias. Roberto Ponce, a sus diecinueve años, decide llevar a cabo la mayor de sus aspiraciones: escribir en el plazo de un año una novela de éxito, y para ello necesita convivir en un ambiente bohemio, así que sus primeros amigos serán un pintor loco en permanente desacuerdo con su obra, un mal poeta que regenta el garito donde beben, “El Cubo de la Basura”, y un cantante callejero que no duda en saltarse la ética de una honrada vocación musical para triunfar; al hilo de todo, largas veladas de charla, un ambiente sórdido, frustraciones, borracheras, drogas y prostitución, y la inspiración que nunca llega y convierte todo en el final de una quimera obligando al joven Ponce a alejarse de aquel barrio donde quedan sepultadas las esperanzas de una vida de artista para casi todos ellos, salvo para el músico Emilio Ballester, alias Sonny Hog que triunfará en el mundo de la farándula.
ResponderEliminarEn una segunda, calculada y profunda, parte un cuarentón Ponce se enfrenta a la rutina diaria, el atasco de tráfico cuando va camino de la oficina, el limpiacristales del semáforo, dónde aparcar, el trato rutinario y amistoso con los compañeros de trabajo, la mesa con papeles hasta arriba, la monotonía conyugal o el flirteo con su compañera Maite, y su persistente y obstinada dedicación a la literatura en sus ratos libres, porque no ha conseguido ese gran argumento, y escribir sigue siendo su vida, una herida abierta, que a lo largo de la narración se mantiene solo como una ilusión. Y lo más importante, el personaje percibe la constatación de la fugacidad de la vida, los dieciséis años que pasan por su hija, o la complicidad que se establece con el cuadro rescatado del sórdido local, donde ya nada es igual, «El Cubo de la Basura», titulado La Madeleine, de Ramón Casas, porque ese cuadro actúa como un catalizador de ese escritor en que podría llegado a convertirse Roberto Ponce, y nunca antes parece haberse dado cuenta. Sanfeliu ha convertido esta escena fugaz, en algo mágico e íntimo, un cierto minimalismo que le descubre al lector un auténtico juego de presencias y ausencias, la sombra de esa brillante soledad a que se resigna el personaje. La apuesta de Miguel Sanfeliu en Parece que cicatriza es la firme convicción por alcanzar un sueño, tal vez uno propio en boca de su personaje, motivo más que suficiente como para sobrevivir a cualquier pesadilla que nos aceche.
Así lo percibimos los miembros del Club que preguntaron al autor sobre el proceso de creación y las dos partes bien diferencias en esta novela que no deja indiferente a nadie. Una estupenda sesión, una toma de contacto con el autor y su obra de ficción, un buen sabor de boca tras dos horas de amena charla y el disfrute de estar con un singular autor que nos desveló las claves de su arte.
Pedro M. Domene.