Una mujer hermosa y fatal, Lucrecia. Un hombre escéptico y bohemio, Santiago. Él toca el piano en un club de jazz de San Sebastián. Ella es la mujer de un estafador de segunda que trafica con obras de arte. Años más tarde, en Madrid, un narrador desconocido se encuentra con Santiago y ambos retoman por un tiempo una melancólica amistad de silencios y ginebras. A través de sus conversaciones, de sus recuerdos y también de sus silencios, Muñoz Molina nos irá dosificando la historia como si de una confesión se tratase: la repentina huida de Lucrecia junto a su marido, los años de espera y despecho, el reencuentro amargo y un viaje frustrado camino de Lisboa… por el medio, mucho jazz, tugurios nocturnos y ambiciones traicionadas, una pistola que cambia de manos y un secreto manchado de sangre.
“El invierno en Lisboa” es sobre todo una historia de amor, fatalidad y deseo; pero no por ello deja de ser un montón de cosas más: es música, un cóctel de jazz y humo y alcohol, es la bruma de San Sebastián y la luz ocre de Lisboa, es un homenaje al cine negro… es hermosa y sucia y llena de una melancolía que atrapa y desgasta ya desde la primera página.
¿Qué más se le puede pedir a una novela? Pues que
esté escrita con talento, oficio e inteligencia. Y a Muñoz Molina
todo eso se le presupone. Pertenece a esa estirpe de narradores cuya prosa
siempre destila sabiduría; pose una extraordinaria capacidad de aprehender lo
que sucede a su alrededor, un especial gusto por el detalle, por el gesto y la
evocación. Es cierto que a veces roza la retórica, que coquetea con una
complacencia en sus propias palabras de la que se iría desprendiendo en
posteriores novelas, pero el resultado es tan sublime, nos envuelve de tal modo
con su embriaguez de emociones y anhelos, que no tenemos otro remedio que
enamorarnos de sus páginas igual que Santiago se enamora de Lucrecia; sin
remedio, un amor fatal y desesperado.